jueves, 14 de marzo de 2013

De afición, urbexer: explorador urbano.




Seguramente muchos os preguntareis que es eso de explorador urbano. ¿Acaso no somos la gran mayoría por nuestra condición de urbanitas exploradores urbanos?
Urbex, o urban exploration (exploración urbana) es una actividad que tiene como objetivo la investigación y documentación de los espacios creados por el hombre que en la actualidad están en desuso. En cierto modo, es una actividad que comparte aquella pasión romántica de los exploradores del siglo XIX que encontraban entre la arena del desierto ciudades perdidas talladas en la piedra, pirámides engullidas por la jungla o templos envueltos en raíces de árboles centenarios. Los temas han cambiado, haciéndose acordes con los tiempos: fábricas, mansiones, hospitales, instalaciones militares, viviendas... pero la magia del descubrimiento, de ser testigos de algo que inevitablemente sucumbirá al paso del tiempo (y desgraciadamente también al paso del hombre) es la misma que la que seguramente experimento David Roberts al visitar Petra en 1839.
En mi caso, el tema recurrente de mis exploraciones y de rebote de gran parte de mis fotografías, son los entornos industriales. Nací y me crié en una ciudad postindustrial, repleta de viejas fábricas textiles, y era habitual, a la salida del colegio, entrar en alguna de ellas y jugar a los exploradores.
Hay una extraña poesía en esos lugares abandonados tras la actividad humana. Lugares que han visto el esfuerzo y sufrimiento de los trabajadores, lugares repletos de vida, templos del cambio de paradigma que supuso la Revolución Industrial, con todas sus consecuencias negativas y positivas. Hoy en día vacíos, solitarios, silenciosos, desordenados, sucios. Pese a todo, la belleza se muestra a quien esta dispuesto a buscarla. La belleza es omnipresente en el universo; siempre está presente, aunque se camufle. Hay belleza en la caótica ordenación de una pila de hierros, en la azarosa caligrafía arabesca de unos desconchones en la pintura de una pared, la explosión de color de restos de colorantes esparcidos por el suelo, los bodegones y "manufacturas muertas" a base de maquinarias diversas, la belleza de la arquitectura del ladrillo y el hierro colado...
El deleite estético al descubrir un rincón mágico convive con una extraña meditación al verlo a través del visor de la cámara. El silencio, la soledad, la concentración en la toma, produce una extraña sensación de tranquilidad y seguridad, pese a que en ningún momento se baja la alerta, ya que no siempre los que acceden a esos lugares van con intenciones tan pacificas.
No es una actividad exenta de riesgos, todo lo contrario. Es preciso anteponer la seguridad a la exploración o a la obtención de una foto. Es preciso ir convenientemente vestido, protegiéndose de posibles cortes, con calzado adherente y resistente, con guantes y mascarilla para protegerse de productos tóxicos desconocidos, o del amianto liberado de viejos tejados de uralita.
Hay que ir con cuatro ojos: uno mirando adelante, otro arriba, otro abajo y otro en la foto que se va a hacer. Por eso es preciso ir como mínimo dos personas, para comprobar el estado de suelos y techos y poder socorrer al compañero si ocurriera algún accidente.
Los exploradores urbanos tenemos una serie de normas de riguroso cumplimiento:
Nunca entraremos a un lugar forzando un acceso. Solamente lo haremos si hay una puerta o ventana abierta, o un boquete en una pared.
No alteramos los elementos que encontramos a nuestro paso, mucho menos los romperemos, los llenaremos de pintadas o nos los llevaremos. La idea es estar en el lugar pero dejarlo en el mismo estado que se encontró.
No se divulgan las localizaciones para preservarlas, en la medida de lo posible, de la acción de personas malintencionadas que destrozan ese patrimonio. Es precisamente ese tipo de gente, la que disfruta rompiendo cristales, paredes y pintando grafitis, y los que por necesidad o negocio buscan chatarra, los que han hecho que se extienda la idea de que cualquiera que entra en un lugar abandonado va con esas intenciones malsanas.
También circula la idea de que nuestro deseo es que todo el mundo estuviera repleto de edificios en ruinas para poder tener tema de exploración. Nada más lejos de la realidad. Al menos mi deseo es ver muchos de los edificios abandonados rehabilitados, convertidos en espacios culturales, de producción o residenciales, ver como vuelven a la vida o son útiles, y no ver como poco a poco la dejadez del hombre los relega a la rápida destrucción y ruina. Por si ese momento no llega, la mejor forma de hacer que sobreviva al olvido un lugar es documentarlo fotográficamente.
Vivimos en una sociedad de consumo, y los edificios, como otro fruto más de la actividad humana, es victima de la obsolescencia, del usar y tirar, de la generación de residuos y del nulo o ineficaz reciclaje. La fábrica abandonada es en si misma un residuo industrial.
Espero que con este artículo los que sentís curiosidad por conocer las motivaciones que llevaron a la realización de estas fotografías tengáis algunas pistas para su interpretación.


1 comentario:

AMICDELSLLIBRES dijo...

Em perden els llocs abandonats i més si són d'un altre temps. Els recintes indústrials, cementeris on jauen soterrades les il·lusions i sofriments de molts treballadaors- fan volar la meua imaginació al passat tractan d'imaginar com eren en el passat.
Enhorabona pel teu treball.